Neuropediatría
¿Retraso mental? No, discapacidad intelectual
- Autor: Giovana Femat
La discapacidad intelectual era conocida anteriormente como “retraso mental”, sin embargo, éste último término ya no es correcto y no debe ser utilizado. Es importante usar las palabras correctas que nos den un mejor panorama cuando se trata de la salud de nuestros hijos.
Un neuropediatra nos podrá explicar que al hablar de personas con discapacidad intelectual, se puede comprender mejor la situación del paciente, individualizar sus necesidades y evitar el estigma que acompañaba al término “retraso mental”.
En Neurocenter nos interesa que nuestros pacientes dejen de perder y empiecen a ganar, incluso desde el uso de las palabras adecuadas. Por ello, a continuación te detallamos más sobre este trastorno y cómo abordamos su tratamiento de una manera integral y multidisciplinaria.
Pero, ¿qué es la discapacidad intelectual?
Es un trastorno del neurodesarrollo que se caracteriza por un rendimiento intelectual por debajo del promedio además de la limitación en la conducta adaptativa.
Dicho de otro modo, un niño con discapacidad intelectual es aquel que comparado con otros niños de su misma edad y grupo social, tiene dificultad, en mayor o menor medida, para realizar actividades de la vida cotidiana como la comunicación, integrarse o relacionarse con la sociedad, la capacidad de autocontrol, impulsos o habilidades académicas como leer, escribir, cálculo y matemáticas básicas, por mencionar algunas.
Además, es importante puntualizar que para que este tipo de situaciones sean consideradas propiamente como discapacidad intelectual, deben representar un obstáculo para desenvolverse con su entorno, como resolver problemas, o hacerse cargo de su cuidado personal.
¿Por qué sucede?
Si te preguntas cuáles son las causas de la discapacidad intelectual, empecemos explicando que el neurodesarrollo es el proceso mediante el cual el sistema nervioso central logra su maduración.
Hay que comprender que este proceso es la suma de una serie de eventos que se obtienen desde las etapas iniciales de la vida al interactuar con el medio. Con esto es posible construir conexiones nerviosas y adquirir las habilidades para desenvolverse en la vida cotidiana y ser autosuficiente. Ejemplo de estas habilidades son el lenguaje, razonamiento, memoria, atención, capacidad motora o identidad personal.
Por lo tanto, un trastorno del neurodesarrollo es cuándo este proceso de adquirir habilidades se ve alterado.
Un trastorno del neurodesarrollo puede ocurrir desde el momento de la concepción (la unión del óvulo con el espermatozoide), en cualquier etapa del embarazo, durante el nacimiento o en la infancia. Las causas también son variadas aunque de manera concreta se pueden dividir en causas genéticas (que difícilmente se pueden modificar) o causas ambientales, como infecciones, medicamentos, enfermedades metabólicas, consumo de sustancias, por mencionar algunos, y que en su mayoría se pueden modificar o prevenir.
Por ejemplo, durante la concepción pueden existir alteraciones en los genes o cromosomas de algunos de los padres, lo que podría dar origen a situaciones como el Síndrome de Down, en el que existe un cromosoma extra. Durante el embarazo el cuidado y nutrición materna es un factor determinante, por ejemplo el consumir sustancias, alcohol o medicamentos contraindicados, adquirir infecciones como rubéola o toxoplasmosis, o tener enfermedades no controladas como diabetes o hipotiroidismo pueden dar lugar a este tipo de trastornos. Al momento del nacimiento pueden ocurrir situaciones como falta de oxígeno conocida como hipoxia o niveles de glucosa baja para el bebé, y finalmente, durante la infancia las infecciones del sistema nervioso central, traumatismos craneales importantes, desnutrición o incluso maltrato pueden ser los causantes.
¿Cuáles son las manifestaciones?
Los signos varían mucho dependiendo de la causa y de la edad del niño. En algunas ocasiones pueden ser detectados desde el nacimiento o los primeros meses, acompañarse de alguna malformación evidente o algún rasgo característico. Durante los primeros meses se pueden detectar situaciones como dificultad para movilizarse, retardo para controlar esfínteres, gatear o caminar, por mencionar algunos. Sin embargo, la mayoría de los niños no muestran problemas hasta comenzar la etapa escolar, dónde empiezan a convivir con compañeros, realizar tareas o aprender a comportarse.
Entre los primeros datos que pueden observar los padres o los maestros se encuentra la dificultad en el lenguaje, una manera más lenta para aprender a vestirse o asearse, un comportamiento explosivo con corajes o berrinches, inatención o malas notas escolares. Es importante no dejar de lado la cuestión emocional, pues 1 de cada 4 niños con discapacidad intelectual pueden sufrir ansiedad o depresión, ya sea por problemas con los compañeros o al ser conscientes de su situación.
¿Cómo se diagnóstica?
El primer paso es la sospecha. Aquí es dónde los padres, maestros o cuidadores más cercanos detectan algunos de los puntos mencionados arriba.
Una vez que existe la sospecha es fundamental acudir a valoración por un especialista, en este caso el neurólogo pediatra. Un especialista en neuropediatría está capacitado para detectar y atender los problemas neurológicos de los niños y adolescentes, además de la detección de alteraciones en el neurodesarrollo.
Al acudir a consulta se realizará un interrogatorio minucioso con información de los padres, el embarazo, complicaciones durante el parto y primeros años, además de realizar una exploración neurológica completa. Con la información obtenida el especialista podrá solicitar e interpretar los estudios pertinentes como el electroencefalograma, la resonancia magnética o estudios de sangre, con la finalidad de llegar al diagnóstico, conocer las posibles causas y ofrecer opciones de tratamiento para cada paciente.
Otro pilar importante en la valoración del neurólogo pediatra es la realización de pruebas especializadas según la edad del niño o niña, que permiten conocer el grado de discapacidad y coeficiente intelectual. Mediante esto se puede clasificar la discapacidad intelectual según su gravedad para saber si nos encontramos ante un déficit leve, donde se pueden realizar tareas con cierto grado de dificultad como multiplicar, escribir o ser autosuficiente, pero se dificulta aprender tareas más complejas; moderado, en este punto, las habilidades se dificultan más, se pueden llegar a necesitar maestros especiales o requerir mayor supervisión por parte de los padres; grave, donde es necesario una supervisión más estrecha, puede existir alteración de movimientos y necesitar ayuda para la mayoría de las actividades; finalmente, la categoría profunda, en esta categoría existe un déficit evidente y la capacidad de aprender se ve muy comprometida. Una vez identificando la categoría y la información obtenida se puede establecer el mejor tratamiento o terapia para nuestro hijo.
¿Cómo es el tratamiento?
El tratamiento depende de diferentes factores como la causa, la edad y la gravedad. La mayoría de las veces se requiere de un manejo multidisciplinario en el que el neurólogo pediatra encabeza el equipo que puede incluir psicólogos, nutriólogos, fisioterapeutas, terapia de lenguaje o profesores, según sea el caso.
Cada paciente es diferente, por eso se debe individualizar cada caso, de esta manera se logrará trabajar en las necesidades que requiera cada niño en cada momento de la vida. La decisión sobre el tipo de tratamiento, el uso o no de medicamentos o la mejor opción de terapia se decide entre los padres y el especialista.
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